miércoles, 7 de marzo de 2012

Sinceridad


Gerardo tiene ochenta años
y se le ve muy viejo.
Ha visto la puerta entreabierta
y ha llamado para ver quiénes éramos,
forasteros que vienen al pueblo
a pasar el fin de semana.
Su casa queda justo detrás de la nuestra
y se ofrece para cualquier cosa
que necesitemos,
aunque confiesa, sincero,
que ha venido para hablar,
para que no se le olviden las palabras.
Y no tarda mucho
en hablarnos
del día en que vinieron
a llevarse a su padre
porque era sacristán,
religioso y de derechas.
Se acuerda muy bien
aunque era muy niño,
que aquel día estaban comiendo garbanzos
y que el cocido salió por los aires
porque alguien le dio una patada a la mesa.
Cuando su padre intentó protestar
se lo llevaron “al paseo”,
a fusilarlo, aclara.
Es fácil imaginar
que en aquellos tiempos de desaforo
no les dieran
ni el derecho a quejarse.
La madre, llena de espanto,
corrió a suplicar
a casa de uno que había sido alcalde,
rojo, pero honesto
y de buen corazón.
Intercedió
y su padre salvó la vida.

Al acabar la guerra,
los de derechas fueron a por el rojo
y se lo llevaron a la cárcel
para matarlo.
Entonces, fue su padre
el que intercedió:
a este no lo matáis
y si le matáis a él,
tenéis que matarme a mí también.
Y así consiguió
salvarle la vida
a su amigo, el rojo.

Hay que hacer siempre el bien,
dice el viejo Gerardo.
A veces, alguno del pueblo
me pregunta:
Gerardo, ¿no vas a la iglesia?
pero me lo dice de broma,
porque hoy, a nadie le importa
si eres rojo o de derechas.

Y el viejo Gerardo
continúa con las memorias
de su infancia,
hablando sin nostalgia,
porque a él lo que le gusta
es charlar con los forasteros
como nosotros
que escuchan con delicia
sus historias.