viernes, 15 de abril de 2011

Divorcio


Teníamos entonces treinta y tres años,
la edad de Cristo, dicen,
y no es que quiera compararme,
Dios me libre,
pero nosotros también sufrimos
nuestro calvario.
El mundo, después de aquello,
tuvo un antes y un después.

Aunque tengo tendencia a olvidarlo,
ahora me doy cuenta
de todo el daño que te hice
y que nos hicimos.
Espero que recordarlo no vuelva
a hacerte daño
porque son muchos años ya
intentando superarlo.
El tiempo no parece ayudar mucho.
Callándonos tampoco vamos a lograrlo.
Yo creo que no hice bien el duelo
por aquel fracaso.
Me fui para intentar ser feliz.
Ya no lo era
y no pude quedarme más.
Lo siento mucho…
Pero quiero que sepas que lo fui.
Fui feliz a tu lado.
Me diste mucho y lo agradezco.
Y nuestro amor de entonces
produjo también un milagro:
dos hijos que te honran
queriéndote
y pareciéndose a ti.
Has sido y sigues siendo
una buena madre.
Lo sé. Y también por eso
te doy las gracias.

La vida empuja y continúa,
no hay más remedio,
y ahora soy feliz.
Ojalá que tú también lo seas.
Te guardo un buen lugar
en mi corazón.
Y recuerda, que en nuestros hijos,
seguimos para siempre
unidos.

3 comentarios:

  1. Qué bueno sería, Juan, poder compartir una charla, un vino y, en el diálogo, encontrarnos y descubrir cómo estamos. Me conmueve tu nobleza, tu amplitud y hombría. Haces bien en valorar esa época; poder despejar la maleza de ese pasado que es también el hoy (ver a tus hijos, lo confirma), en una composición acertada y con sentimientos tan profundos. Te envío un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Profunda y sabia reflexión en estos versos sinceros, sin tapujos, reflexivos...
    Estos minutos que nos regalas al leerte valen mucho Juan Carlos.
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  3. Sergio, lo que es un regalo es que gente como tú me lea. Y por si eso fuera poco, además me dejas un comentario tan bonito en el blog. Mi más sincero agradecimiento.

    Gracias a ti también, amigo Gustavo.

    Un abrazo para ambos.

    ResponderEliminar