lunes, 12 de julio de 2010

Karma


Nunca había ido a un entierro,
ni a un funeral,
ni a un tanatorio.
Cuando murió la madre de algún amigo
yo no estuve allí,
acompañándolo en el dolor.
Murió mi prima hermana de cáncer
y yo ni aparecí.
Eso también les dolió mucho a mis tíos.
Murió mi abuela,
la madre de mi madre,
y yo continué mis vacaciones en Portugal
como si no hubiese pasado nada.
Hubo otras muertes,
pero siempre encontré excusas para no acudir.

Un día, mi padre, repentinamente,
sufrió un derrame cerebral.
Me avisaron al trabajo
y fui al hospital rogando
para que no fuera nada grave.
Pero estaba muy mal.
Se estaba muriendo
y yo no sabía qué hacer.
Cuando quise darme cuenta
ya estaba en coma
y no había tenido tiempo
de decirle cuánto lo quería
o lo importante que había sido para mí.

Lo del tanatorio fue horrible.
Vino un cura a decir un responso.
Mi padre no era católico
y yo no fui capaz de decirle que se marchara
que dejara al muerto descansar en paz.
Aún me siento muy culpable.
Después, el cementerio
y dejarlo allí para siempre.
Sólo entonces comprendí
lo importante que es saber enfrentarse
con dignidad a la muerte.
Aunque sea la muerte de los demás.

6 comentarios:

  1. Estimado Juan: Sensibilidad a pleno en un trabajo concebido desde dentro, con fuerza. La muerte una convidada compleja que no es sencillo tratar. Este post contiene un acto confesional de gran valor emocional, cuidado y preciso. Un abrazo, en torno a la fortaleza que evidencias (aunque cueste y duela; aunque conviva con nuestras zonas vulnerables). Es que somos carne viva, Humanos. Allí radica el corazón del hombre: en su sensibilidad, en sus penas y capacidad para comunicarse y reponerse. Afectos. Gustavo.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Gustavo, por tu comentario, como siempre acertado, y alentador. Y gracias también, por estar ahí, siguiendo lo que escribo.

    Somos humanos, sí, con nuestras virtudes, y nuestras zonas oscuras. Afortunadamente, somos capaces de reponernos después de caer.

    Una sonrisa.

    ResponderEliminar
  3. Es muy difícil enfrentarse a la muerte y cada uno de nosotros lo hacemos como podemos. Podemos tener títulos universitarios, masters o educación primaria pero no existe un manual sobre cómo enfrentarnos a ese trance...

    Hace 10 días ha fallecido la tía de una amiga íntima. Estaba enferma y yo le preguntaba a mi amiga de forma constante. Y hasta hoy no me lo ha contado. Yo quizá no lo hubiera hecho así pero cada cual tiene su manera.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  4. Yo siempre le he tenido mucho más miedo a la muerte de los demás que a la propia.
    Quizá sea, porque a la mía aún no he tenido que enfrentarme. Quizá por eso, no le tengo miedo.

    Ya veremos.

    ResponderEliminar
  5. La muerte es lo unico seguro que tenemos al nacer y nunca estamos preparados para afrontarla, algunos por miedo otros por que sabemos que no hemos vivido lo suficiente, cuando vemos a los otros partir creo que ocurren dos cosas, la primera es no soportar la idea, simplemente no concebir la ausencia del ser (cuando es muy amado) y la otra sabemos lo vulnerables que somos por que un dia estamos y al otro ya no, eso crea un vacio existencial de saber que somos menos que polvo ante la inmensidad de la vidA.

    Animo. Un beso.

    ResponderEliminar
  6. Gracias BENHUMEA por tu comentario y por tus ánimos.

    A mí la nada no me asusta. No me produce vacío existencial. Como he comentado antes, la muerte de los seres queridos me asusta bastante más.

    Besos y sonrisas.

    ResponderEliminar